Hoy es el cuarto viernes que tengo bloqueada la tarde. Y ya lo tengo todo listo. Tengo previsto hacer un queque, para la merienda y el último capítulo de Néboa para amenizarme la tarea.
Desde hace un poco más de un mes, los viernes por la tarde los dedico al Centennial, que estarás aburrida de leerme hablar de él. Pero tranquila, este año es el definitivo, porque me estoy enfocando en terminarlo a como de lugar. La semana pasada contabilicé la tercera bobina de hilo gastado. ¿Cuántas puntadas habré dado ya?.
Es un proyecto titánico, porque ahora cuando termine de unir todos los bloques que conforman el centro del top, tendré que unir el primer borde. Que va todo con motivos aplicados. Y digo primer por que sí, justamente tiene más de uno.
Yo no sé si es por las ganas que tengo de llegar a esa parte o porque mi subconsciente está tratando de animarme para cuando llegue. Pero tengo unas ganas imperiosas de ponerme a aplicar. No sé desde cuándo no lo hago. Y mira que es algo que me gusta mucho, amén de que queda espectacular.
Es de esas cosas que te encantan, pero que no tiene explicación el por qué desaparecen de tu vida. Lo pienso y lo repienso, y no doy con la respuesta. Sii es algo que me gusta tanto, ¿por qué no lo hago más a menudo?.
Eso me pasa con algunas personas, por ejemplo, lo paso estupendamente cuando hablo con ellas, o cuando salimos, sin embargo, hay una barrera invisible que me mantiene alejada de la energía necesaria para llamar y quedar. Seguro que hay algún estudio por ahí que ya ha dado con la respuesta de este misterio.
Este último viernes, cuando tenía esas ganas tremendas de buscar algo que aplicar, me puse a revolver en mis cajones. Hay algunos de ellos que no los abro en meses, y cuando vuelvo a ellos, es como si estuviera revolviendo en las pertenencias de otra persona. Me viene a la mente el vago recuerdo del momento en que llegó a mis manos, pero de pronto son todo un descubrimiento, como si fuera algo que has visto en Instagram y que querías mucho, y de pronto… ahí está. Solo que ya era mío y ya me pertenecía. Da mucho vértigo esto. La capacidad de acumulación que me hace perder la noción de lo que realmente guardo. Esto me da rabia y vergüenza, no sé en qué proporción cada una.
La explicación que me doy a mi misma, es que son como una parte de mi plan de jubilación. Ahora puedo pagar por materiales, patrones, y diversas herramientas, quién sabe si podré cuando tenga todo el tiempo del mundo, pero una pensión miserable, como ya nos auguran algunos visionarios.
Y hablando de jubilación, que nada tiene que ver, o sí, no lo sé.
En ese afán por comprar cosas por histeria colectiva, ya sabes, si las demás compran, yo también, compré este enhebrador de agujas. Te cuento. La primera vez que fui a una feria americana de Patchwork, lo hice en un grupo de 11 mujeres, de las cuales yo era la más joven. Fue en el 2005, así que yo justamente estaba por cumplir los 30. De esta edad éramos dos, mi amiga LaAbogada y yo. La siguiente más joven tenía ya 45 cumplidos, y creo que la mayor, estaba muy cerca de los 70. Cuando llegamos al stand de clover, se volvieron todas locas con el enhebrador. No recuerdo cuánto costaba, ni tampoco qué me impulsó a comprarlo. Pero ahí fui yo, con mi visa quemándome en las manos a pagar el enhebrador. Desde entonces estaba durmiendo el sueño de los justos en uno de esos cajones que permanecen cerrados la mayor parte del año. Este viernes, en ese trasteo que hacía, lo encontré y me dije, voy a ponérmelo un poco más a mano. Y ¡Oh maravella!, porque aunque no quisiera asumirlo, ya soy una señora que acusa cierta presbicia, y este aparatito me ha ahorrado un montón de frustración y sufrimiento.