Son las casi ocho y media de la tarde. Es viernes. Y en casa estamos ya cenadas, duchadas y con el pijama puesto. No es de noche, pero ya está oscurecido. No hay manera de evitarlo, así que llegados a este punto, me hago como rama de árbol y me vuelvo flexible. De nada vale cuadrarse.
Si, ya sé, la mayoría está contento con eso de la llegada del Otoño, bueno, más que del Otoño, la bajada de temperaturas, aunque sea unos graditos, y si puede ser, algo de fresco con lluvia.
Pero mira, qué quieres que te diga. Yo no. Que sí, que el Otoño es bonito (aquí nos lo imaginamos) y que qué bien que llega octubre, y con él mi cumple y bla bla bla..
Pues no. A mi me gusta el calor, y andar con las piernas al aire de día y de noche. Y las cholas. ¿Se ha inventado un calzado mejor que unas cholas?
Llevo desde mayo sin ponerme un vaquero o unos zapatos cerrados, y solo de pensar en ese momento me dan ganas de llorar. Seguiré resistiéndome a ello unas semanas más.
En fin.
Tendré que conformarme con seguir yendo a la playa cuando me apetezca, que nunca hará tanto frío seguido como para no poder hacerlo y por lo menos no estarán llenas de gente. No tenemos árboles naranjas, pero tenemos playa todo el año, algo es algo.
Esta semana, por ir metiéndome en situación y que el trance fuera más llevadero, encendí el horno. Que aquí el termómetro apenas ha bajado, se nota algo por la mañana, pero poco.
Este verano, volví a hacer acopio de nata de leche de cabra. Mi tío estuvo todo el verano trayéndonos lechita recién ordeñada, que Emma bebió con gusto cada día. Después de hervir la leche retiraba la nata y la fui congelando. Estos días cuando la saqué del congelador tenía casi medio kilo de nata.
Las galletas de esta nata son simplemente un manjar. Me puse a amasar y cuando fui a darme cuenta tenía un kilo de masa de galletas. Pura felicidad.
Dividí la masa en tres partes. Una para la hornada en curso y las otras dos para el congelador.
Las galletas son tamaño galleta maría, y con los recortes, hago otras chiquitas, para el café a media mañana.
Y me pongo la novela, que no hay nada más motivador que las malas de las novelas. Estoy enganchada a la novela de la primera. Bueno, igual enganchada es mucho… pero eso, que pongo un capítulo tras otro mientras cocino o limpio. Y está bien, porque no pasa nada si pierdes el hilo durante minutos, todo sigue más o menos igual.
Y ya que tengo el horno encendido, aprovecho y hago granola. La granola casera es otra de esas cosas que una vez que las empiezas a hacer, es para toda la vida. Y ya con esto, tienes la casa oliendo a canela y a especias, y bueno, vale… igual no está tan mal el Otoño.
Por aquí paso a leerte y saludarte. Además de desearte feliz otoño.
Besitos
Me alegro de q alguien lleve bien lo del cambio de estación, a mí no me gusta nada de nada 🙁 por mi tierra, por las mañanas hace un frio q pela, a mediodía te asas, no sabes q ponerte, ni de verano ni de invierno.
Me consuela q también llega mi cumple y me gusta celebrarlo con mi pandilla, llevo dulces a la oficina…
Lo malo es q esta vez el otoño además me ha traido un dolor de garganta horroroso, estoy afónica, buaaaaaaaaaaaaah!
Disfruta de a playita tú q puedes…por aquí ya nos acaban de rematar con el cambio de hora 🙁
Nada mal un otoño en tu cocina. La mía sólo huele a especies cuando hiervo té, ja,ja,ja… me vendré a pasar contigo el otoño a por unas clases de cocina. O si eso te vienes tú, que aquí de hojas de color cobrizo ensuciándote el balcón vamos sobrados. La playa, mejor con manguita larga.
Para mi la llegada del otoño es el cumple de J.
Celebración.
Hornos y más hornos de tartas y galletas.
Ahora me toca re-centrarme. El otoño me ubica de nuevo en mi casa. Con MI espacio. MI tiempo.
Bienvenido otoño. Para nosotras.
Yo en Alicante estoy cansado ya de tanto verano, ésta misma mañana la gente se bañaba en la playa, un solazo de impresión, los mosquitos no recuerdan un verano tan sabrosón desde que guardan estadísticas…
Necesito ya mi otoño, mi estación preferida, esa que el puñetero cambio climático me está quitando, la de la camisa de manga larga por la noche, la de la americana finita para salir a tomar una copa o cenar, el poder ponerme el traje de ir en moto sin que peligren mis neuronas por el calor. Quiero tardes de domingo con fresquito, en las que ya empiece a dar ganas de comer palomitas o tomar un Çola Cao calentito con unas galletas.
Quiero mi otoño y lo quiero real, no en los carteles de El Corte Inglés.
Vicente.