Esta semana ha sido una semana, extraña.
He estado sumergida en una montaña de papeles, facturas, contratos, planes generales, catálogos… creí que me ahogaría entre tanto papel. En un ataque de furia, me propuse salir a flote. Nadé, luché, peleé con ellos… y finalmente me hice con la batalla, salí triunfante y con un ascenso, como premio a mis esfuerzos.
Me invadió, entonces, desde la coronilla hasta los pies una oleada de seguridad y prepotencia, tan fuerte fue, que hice cosas que en estado normal sé conscientemente que no hubiera hecho, como suscribirme al maravillo y extenso club de los hipotecados, así es. Me he comprado un pisito. Dos habitaciones, cómodo salón, modesto cuarto de baño, y cocina con vistas al césped de uno de los tres campos de fútbol con los que cuenta este sitio. Al volver a mi estado natural caí en la cuenta de lo que había hecho. Intenté retrocer en mis actos, fui hasta la inmobiliaria y alegué que estaba bajo los efectos de mi propia arrogancia y bajo un estado de absoluto egocentrismo.. pero fue en vano. Así que en este punto, no he hecho otra cosa que intentar asumir las consecuencias de locura transitoria. Mi consuelo ahora es que tendré un espacio mío, que mientras friegue podré ver a los chicos que juegan al fútbol de forma profesional por aquí, y que mis futuros hijos jugarán al mismo juego con su papi mientras yo les preparo un bocadillo de nocilla, mirándoles por la ventana..