Los días pasan, y las cosas siguen igual. Yo aquí, consumiéndome. Mi cabeza origina un tráfico de pensamientos diarios que son inabarcables aquí, así que terminan en la papelera de mi mente. Los días siguen pasando, y siguen siendo grises. No me acostumbro a esta ciudad (…), ni a la gente, ni a esta casa, ni a este tipo de contacto…
Me pregunto cuál es la diferencia entre los días grises y los días negros. Tal vez no haya ninguna, al menos en mis días, y podría decir que todos son negros, pero que tal vez diciendo que son grises disfrazo la realidad, que mis días grises son negros como una noche sin luna. Ya sé lo que piensa el resto, que me quejo de vicio, que ..bla bla bla.
Vuelvo a lo mismo, ahora esto es mi gran problema y parece que yo estoy sola ante él. Nadie me puede ayudar porque nadie ve el problema que tengo en frente.
Me acuerdo de un maravilloso libro que he releído “El desencuentro”, hay un párrafo totalmente desgarrador donde el protagonista afirma que después de unos desafortunados hechos y su propia cobardía, solo le queda una cosa: esperar a que su corazón deje de latir, y que con ello deje de respirar, llevando irremediablemente a su cuerpo hacia la muerte.
Los días pasan y yo sigo consumiéndome, nunca imaginé que a mis treinta, mis días iban a ser negros.
Mi paisaje
Cuando llego a este sitio, en seguida me invade una sensación de paz que me hace sentir a salvo mientras lo contemplo. Me reconozco en cada grano de arena, en cada ola del mal. Esto soy yo, y aqui es a donde quiero volver siempre. Ya sé que resulta contradictorio, pero quiero guardar este sitio para determinadas ocasiones, no quiero tenerlo al alcance de mi vista cuando se me apetece. Quiero extrañarlo, quiero sentir morriña… quiero poder volver y reconocerme en cada grano de arena, en cada ola de mar, en cada concha.
Esto es mi paraíso, mi paraíso particular, solo yo y el mar sabemos lo que hay entre nosotros.
Yo… me parto la cara por ti
Hace ya algunos meses que escuché esta expresión: “Me parto la cara por tí”, no sé, me gustó. Tal vez sea, porque en mi interior, me gusta ese hombre que es como un super-héroe, y al mismo tiempo un guerrero imparable, capaz de cualquier cosa con tal de tener a su “niña” a salvo. Que no se malinterprete, aborrezco cualquier tipo de violencia, pero me gusta la forma visceral de expresar este sentimiento.
Si traslado dicha expresión al campo de la amistad, siento lo mismo, me gustan las personas que lo dan todo por otra, obviamente no en el sentido literal, pero al menos sí en el sentido romántico de la historia.
Bien, unos días más tarde, o sea, hoy, la vida me da una de sus tremendas lecciones. Lo que parece no es y lo que es no siempre lo parece.
Yo creía que sabía quien estaría dispuesto a partirse la cara por mi, y también creía quien no. Como digo, hoy descubro quien realmente va a dar la cara por mi. Y estoy que no salgo de mi asombro. Estos hechos demuestran lo importante que puedo ser para algunas personas, en las que yo no he reparado más de lo que debiera, y me siento un poco mal por ello. Personas con las que comparto algunos ratos de vez en cuando, y para mi son eso, unos ratos. Sin embargo, hay evidencias que me llevan a pensar que para ellas no son solo unos ratos compartidos. Hoy, he aprendido la lección, espero no tener que repetirlo.
A todos los que estan ahi, y que se parten la cara por mi, gracias de corazón. Que no duden que mi metro y medio y yo, nos partiremos las piernas por cualquiera de ellos.
Por las dudas…
Ya es lunes. Se acabó el fin de semana. Y para variar, estoy triste; más que triste melancólica. He vuelto a mis raíces. He vuelto donde nací, donde crecí, donde maduré…. He vuelto a todo lo que no quería volver. No es porque esto no me guste, ni tampoco por la gente que aqui hay. Realmente no sé por qué me cuesta tanto estar aquí, y pensar que es por tiempo indefinido. No lo sé. Lo que sí sé es que el fin de semana, ha estado bien. Me he reconciliado con mis demonios. Con todos los que dejé hibernando cuando me fui, y con todos y cada uno de los que me torturaron los años que estuve aquí. Este fin de semana los encaré, y pactamos una tregua: ellos irán despertando poco a poco, y yo iré encarándolos según lo hagan. Trataremos de establecer un pacto, ellos habitarán en mi y yo los iré aceptando. Me iré aceptando, tal vez este sea el camino para estar bien, sin importar el sitio geográfico.
Hay una canción de Fede Comín, que dice: “amenazan mil fantasmas, creo que vienen por usted… Por las dudas no se vaya, por las dudas quédese….”, así me siento hoy. Lo bueno es que también hoy, sé, que vendrán de uno en uno. Y lo malo es que a mi lado (físico), desgraciadamente no hay nadie que me de cobijo. Aunque “cualquier cosa usted (yo) me llama, hay poesía en el cajón.
El cambio
Me parece que es el momento. Llegó la hora. Hace once años que vivo en la misma casa, con los mismos muebles y con las mismas cosas, que por supuesto han ido aumentando de número con el pasar de los años. Y ahora, después de todo este tiempo, llegó el momento de empaquetar lo imprescindible y salir de aquí. De mi pisito de color verde, de mi cuarto con muebles negros y de mi gran sillón azul. Ni puedo evitar que se me salgan las lágrimas, al pensar que esta no será mi casa más.
Soy un animal de costumbres, no me gusta cambiar de ruta para ir a los sitios, siempre tomo las mismas cosas y apenas me gusta cambiar mi ropa, y ahora tendré que cambiar de vida. Eso es el gran paso par mí. No tengo idea de cómo afrontar esto, de cómo me va a ir en otro lado…. que me importa, yo soy feliz aquí!!! Y no me quiero ir!!.Por donde quiera que mire oigo y veo gente que me anima al cambio: “ya verás que bien estarás, además aquí estamos todos nosotros”; y es en este punto cuando me planteo, cuánto hay de egoísta en estas palabras y cuánto de sinceridad. Yo tengo miedo, yo no quiero cambiar, ¿quiénes de ellos está pensando en esto?.
Agosto…el príncipe
Ya Julio avanza hacia su final. Ya pasó la celebración de la diosa del mar, la que se celebra donde yo nací, donde yo me crié. Yo no fui. No quise ir.
Ya Julio va dando coletazos, dando paso a Agosto, que pretende llegar a nosotros con calor, noches de fiesta, serenatas diurnas, y tardes de helado. El termómetro amenaza con no bajar de 30ºC, y las playas se llenan de gente que solo tiene un propósito: tumbarse al sol. Un niño que juega en la arena, hace un hoyo, con la intención de que su papá pase por encima de él y caiga; una niña que hace un castillo, la imagen que tiene en su mente difiere notablemente del resultado que está consiguiendo allí, aunque eso no importa, la finalidad es poder tener algo en lo que soñarse. Soñarse cautiva, y esperando al príncipe, que ha de venir de lejos para sacarla de allí.
Unos Agostos más tarde, la misma niña ya no hará castillos de arena, ahora leerá novelas de enredos romáticos, y sin embargo, seguirá soñándose cautiva, a la espera de que un príncipe venga de lejos a rescatarla.
Y así pasarán algunos agostos más, ya casi treinta, y la misma “niña” seguirá soñándose cautiva esperando a que un príncipe venga de lejos, la coja en brazos y le diga con una voz de caricia “ven aquí”….
Puede que cuando hayan pasado treinta y un agostos, esta niña se de cuenta de que el agosto siempre es el mismo, que la gente de las playas son las mismas año tras año, y que el príncipe que tan ansiosamente espera nunca ha de llegar. Porque hay niños en la vida que están dotados de poder soñar, no de poder hacer realidad esos sueños.
Mi mente
LLevo esperando que llegue este día desde hace aproximadamente un mes. El día en el que no tenga que estudiar, ni estar atada al escritorio, los apuntes y la calculadora. Ayer, por fin terminé los exámenes, llevo solo un día de vacaciones y ¿ahora qué?. Mi cabeza ha estado sometida a un estrés tremendo, ni si quiera descansa mientras duermo, porque no podría contar la de veces que me he levantado a las cinco de la madrugada con la solución de un problema que se me había atascado durante el día.
Así que ahora estoy tranquila, sin “obligaciones”, y debería estar feliz y contenta. Pero la realidad es bien distinta.
Tengo la sensación de estar perdiendo el tiempo. Me voy a la playa, tiendo mi toalla, me quito la ropa, me pongo crema, y me acuesto en dicha toalla dejando que el sol me bañe (casi siempre son los únicos baños que tomo… me hago mayor), entonces me invade una horrible sensación: “¿qué hago aquí?, ¡¡¡con todo lo que tengo que hacer!!!”.
Tengo que respirar hondo, e intentar tranquilizarme. Analizo la situación, ayer cumplí con mi deber como estudiante, ahora no tengo nada que me espere, puedo relajarme un rato. Al cabo de unas horas ya no puedo estar más en la toalla.
Llego a casa y me pongo a acolchar. Inicialmente disfruto. Pero al cabo de media hora, tengo otra vez la horrible sensación. Es la misma sensación de que se te ha parado el despertador cuando tenías que levantarte. Se te acelera mucho el pulso, y notas los latidos del corazón en la cabeza, que parece que va a explotar, todo eso mezclado con una ola de sudor frío que te recorre el cuerpo.
Mi mente me juega malas pasadas.
Me la imagino mándandome estos mensajes de agobio, y luego muriéndose de risa al ver el estado de ansiedad que provoca en mí… Y la verdad, no la culpo, debe ser bien divertido.
Mi amigo
Tengo un amigo que me viene a ver cada día. Que me cuenta cada cosa que le preocupa; que me comenta cada proyecto que se le ocurre; que me lee todo lo que escribe; que me arropa por las noches y me despierta por las mañanas.
Tengo un amigo que veo todos los días, que le enseño cada puntada que doy al día; al que le pido opinión sobre lo que me rodea; con el que comparto mis penas; al que arropo cada día; y al que despierto por las noches.
Somos dos amigos que algunas noches compartimos unos vinos, unos quesos y unos palitos de cangrejo; que detrás de la copa soltamos alguna lágrima, alguna risa. Somos dos amigos que caminamos juntos por la vida, yo delante, abriendo las ventanas; y él detrás cerrándolas
¿Y lo demás, que importa?. A mí no me importa dónde esta mi amigo; a mi amigo no le importa dónde estoy yo. A mí no me importa con quién está mi amigo; a mi amigo no le importa con quién estoy yo. A mí lo que de verdad me importa es saber cómo esta mi amigo, y a mi amigo le importa que yo sea feliz.
Por eso da igual el tiempo, el sitio o la ciudad. Mi amigo siempre está conmigo, y yo voy donde el va. Nos encontramos en un punto, y desde entonces compartimos nuestra soledad.
Amigo, hace tiempo que no te veo; ve preparándote, que voy sacando el vino, el queso y el pan.