Hace días sucedió algo pequeño, sin importancia, sin trascendencia: Perdí mi reloj.
Me lo quité para ducharme y ya no lo vi más. Mi reloj es viejo, de color plateado, con destellos en color oro. La esfera de color blanco, da la sensación de claridad al mirarlo, las agujas de color dorado se ven nítidamente dentro de ella. No tiene segundero, lo que recuerdo que la primera vez que lo ví, me produjo una sensación de desilusión. Me gustan los relojes, y ver cómo se mueven sus agujas. Antes creía que esto era sólo cuestión de debilidades, tengo debilidad por las telas, los zapatos, los libros… y los relojes. Hoy sé que no es debilidad o cuestión de gusto. En esta atracción encierra mucho más…
Siento necesidad de medir el tiempo, de controlarlo a cada hora, minuto, segundo.
Mirando periódicamente mi reloj, puedo saber muchas cosas, pero sobre todo sé donde está yendo mi tiempo.
Desde que perdí mi reloj, me he dado cuenta de que mi tiempo se va, y yo no sé a dónde. Cuestión que me produce bastante frustración.
Tengo, normalmente, acotadas mis actividades de ocio por tiempo, para no restarle tiempo a mis obligaciones… desde que he perdido mi controlador, mis ratos de ocio se han visto aumentados considerablemente, y mis ratos de obligaciones, reducidos. De forma que lo que al principio me causaba estrés, por no saber qué hacía con mis minutos, mis segundos, y mis horas, ahora se ha convertido es pura felicidad, ahora dedico el tiempo que quiero a lo que me apetece, porque ya no tengo tiempo que dedicar, ni tengo tiempo que perder, ni tengo tiempo de parar… no tengo tiempo.
Antes me gustaba mirar a mi escuálida muñeca y ver mi reloj plateado en ella, ahora me pierdo en la profundidad de los poros de mi piel, en el hueso, en el azul de mis venas… Mi muñeca ahora solo lleva un aro plateado que me acompaña desde hace mucho tiempo, ¿tiempo?… no lo sé, ya no sé lo que es el tiempo.