Iba a titular este post: tortas como panes.
Porque mis panes últimamente quedan espectaculares, (cero sentimiento de culpa por no tener humildad, en este caso) por fuera y por dentro. Bien dicen por ahí que la práctica hace al maestro. Llevo panificando cinco o seis años. No sé cuantos panes habré horneado la verdad, pero han sido muchos hasta llegar a este punto.
Estoy orgullosa de mis panes, para qué te voy a decir otra cosa.
La cosa es que hoy no vengo a contar lo bonito que son mis panes, sino las tortas que se han repartido por estos lares, sin ni siquiera yo, mover las manos. No te engaño, saben bien, casi tanto como mis panes.
Resulta que hace como dos años me llamaron para desarrollar un proyecto. Allá que fui, con la ilusión a flor de piel, y mi firme propósito de hacerlo lo mejor posible. Digamos que el proyecto tenía un director, (con el que yo no trataba mucho), y subdirector (con el que sí trataba más).
Durante esos casi dos años, sudé mucho, no solo por lo complejo del proyecto sino por el trabajo de tener que lidiar con un montón de gente.
Pasado el tiempo, el proyecto se fue concluyendo, y mi trabajo allí también. Sin embargo, un nuevo proyecto lo sucedió, en el mismo sitio, con el mismo “personal”.
Yo, no te voy a decir otra cosa, me pasé largos meses esperando a que sonara mi teléfono con la propuesta de volver al mismo sitio con el nuevo proyecto. Pero como te digo, los meses pasaban, el proyecto ya iba rodando, y yo a todas luces, estaba fuera.
Entonces empezaron los rumores. Y resulta que llegan a mis oídos las razones por las que no contaron conmigo. Se dice, se rumorea, se comenta, que el director no me quiere.
Se dice, se rumorea, se comenta, que el subdirector hizo todo lo que pudo por reengancharme, y que no le dejaron.
Yo en casa, ahogando mi ansiedad en un arroz con costilla, hice muchas cábalas. ¿Qué habré, hecho-dicho-no hecho-no dicho, para que esta persona no me quiera allí?.
Mis conjeturas iban por todos los derroteros posibles, casi ninguno acababa conmigo en un buen lugar.
Pasadas algunas semanas, decidí cerrar capítulo y asumir que para el director no soy grata, y que el subdirector, realmente se había partido la cara por intentar contar conmigo.
Y así pasaron las semanas.
Y entonces, sonó mi teléfono.
Me llamó el director, él en persona. Me emplazó a una reunión con él, y me propuso empezar.
Y se destapó el pastel.
No era él el que no quería contar conmigo, como ya habrás supuesto.
Estoy feliz. El proyecto me gusta, y me hace volver a disfrutar de mi trabajo.
Y también estoy feliz porque la verdad ha salido a la luz. Porque no hay cosa que me repugne más que la gente desleal, y si encima de desleales son deshonestos, ya es que no lo soporto.
Siento lo mismo que cuando me despidieron por culpa de un personaje, y meses más tarde me llamaron para sustituirle. Supongo que sentir revancha no es un sentimiento muy noble, pero soy humana, e imperfecta, y a estas alturas, no voy a pedir perdón por ello.
Ya tengo outfit para el primer día de trabajo, y para afrontar ese encuentro con todos los implicados en el proyecto.
i came back
Me alegro un montón por tí…la verdad es que aquello de que "el tiempo pone a cada uno en su sitio" contigo se cumple y además rápido.
y sin darte cuenta todo se pone en su sitio… que bien saben esos momentos. Y ya me puedes ir haciendo una lista de consejos varios para adentrarme en este mundo del pan, está en mi lista después de que vuelva a tener vida 😉
un abrazo!
Ja! Me encanta como lo has contado.. cuanta sutileza, querida…
Nota de autor: ese pan se come solo…