Here we go again..
No hay nada que me guste más que esto de empezar. Ya sea una libreta, un mes o un año.
En mi naturaleza está la necesidad de reiniciar. De borrar todo lo anterior y empezar de nuevo. Esa posibilidad me hace creerme mágica y capaz.
Y sí, me gusta ir terminando el año haciendo mil listas, perfilándolas, y personalizándolas.
Y siempre empiezo enero contenta, y con un montón de ganas. Tachando cada día lo que tenía previsto y añadiendo cosas a esa lista de propósitos.
Y también sé que cuando llega junio voy con la lengua fuera, que la agenda es una locura imposible de entender, y que llevo el pelo p’atrás solo pensando en poner rumbo norte y tirarme en mi charco.
Pero una cosa no quita la otra. No dejo que la realidad me arruine el momento reset. Y aquí estoy, disfrutando de este momento de inicio, donde todo va según “el plan”, donde la agenda está bonita, con sus colorines y sus pegatinas, y donde yo me siento muy enérgica y consigo levantarme cada día antes de que salga el sol.
Este año tenía serias dudas, o mejor decir, serios temores. El 2016 ha sido un gran año para mi. Me ha tratado muy muy bien. Han pasado cosas que aunque deseaba, no las veía posible, y sin embargo, se han dado. Hasta un premio literario gané. De pronto al hacer el balance final de año, y de poner por escrito todo lo que ha pasado, he sentido el temor de que ya no podían pasar cosas mejores, y he sentido miedo. ¿Y si a partir de ahora me tocan “vacas flacas”?. Bueno… esperemos que no, pero si tocan, espero tener recursos suficientes para tirar con ellas p’alante.
La última semana de diciembre, la dediqué a la planificación. Y mira tú por dónde, leyendo el blog de Ana Albiol, me encuentro justo con algo que llevaba tiempo buscando sin saber bien qué era.
Después de leer el post, me fui corriendo a amazon, y me compré el libro. Tardé tres días en leérmelo. y ya hoy, te puedo decir que llevo una semana levantándome al alba. Soy una morning person, eso lo he tenido claro siempre, pero la verdad es que me levantaba, y lo más que hacía era una rutina ligera de yoga, y ponerme a trabajar. Por fin he encontrado una rutina que parece que me puede beneficiar.
Una semana ha pasado desde el primer madrugón, y hoy domingo, tengo que ser sincera.. quise quedarme en la cama, pero no tuve ninguna razón de peso para hacerlo. Así que también hoy me levanté a las 6:00am. ¿Que si me siento mal? Pues no. ¿Que si tengo sueño? No más que otras veces.
¿Que si merece la pena? Totalmente. No me voy a poner exagerada y a decirte que me ha cambiado la vida, porque a tanto no llega aún, pero que esta semana ha sido una buena semana, sí te lo puedo decir.
Después de terminar este libro tan motivador, me puse con El año del pensamiento mágico. Lo había visto en varios sitios, y me daba mucha curiosidad. Lo pedí prestado en la biblioteca de mi pueblo, y lo he acabado hoy mismo. Llega muy dentro. Cuánto dolor diseccionado, sometido a un análisis tan exhaustivo, que pareciera que quien lo cuenta es una tercera persona, no la propia. Y aún así, eres capaz de percibir el dolor. Pero no ese de locura, de meterse debajo de la manta o la cama, del de la negrura total, no el del llanto ni el del me muero mañana. Es un dolor analizado, y aceptado… pero no entendido, y no asumido. Me ha gustado mucho leerlo. Y creo que es el típico libro que acepta segundas y terceras lecturas.
Y para digerir la lectura, hoy, -para estrenar mi regalo de reyes-, he puesto en funcionamiento mi crockpot. He hecho unas lentejas estofadas “a mi manera” la verdad. 10 horas han estado haciendo chup chup.
Las acabo de apagar. Las lentejas tienen muy buena pinta, aunque le veo dos problemas a esta olla.
Una de las cosas que me molesta, y mucho, es que en mi casa, la cocina y el salón es solo una estancia, y esta olla, es -como dice Emma- un caldero. La pones a cocinar 10h y son las mismas horas, las que va desprendiendo aromas. Desde el embarazo, me quedó un olfato digno de un perro de caza, y la repugnancia a según qué olores también. Y desde entonces, oler a comida, cuando no vamos a comer, me molesta, y mucho. Lo ideal para esto, es poner todos los ingredientes dentro, y dejarla guisando toda la noche. Pero en mi caso, eso es imposible. No soportaría el olor a comida cuando me levanto por las mañanas. Así que aquí le veo yo un problema, no solucionable hasta que nos cambiemos de casa. Y el segundo problema es que no debe abrirse la tapa. ¿Y cómo controla uno las ganas de revolver y ver lo que está pasando dentro de la olla?.
La primera tiene solución a medio plazo, la segunda, ya veremos mi autocontrol.
Despues de tanto tiempo solo podemos dar la bienvenida a la rutuna.
Os deseo un feliz año a tí a tu niña y toda tu familia, que que sigamos por aquí leyendo y compartiendo.
Besitos
Yo que soy un poco cocinillas siempre me he preguntado si realmente ese tipo de ollas merecen la pena. Me refiero a si existe algún ahorro de energía que las justifique. Yo para bien o para mal tengo tiempo y cuando hago por ejemplo unas lentejas las cocino en unas tres horas en una olla normal y corriente, creo que es tiempo más que suficiente para que se hagan a fuego lento al estilo de la abuela, lo de tener la placa de inducción encendida diez horas con una olla lenta como que no lo veo.
Existe realmente ventaja energética o de sabor entre unas lentejas guisadas tres horas al estilo tradicional o diez en la olla lenta?
A ver si alguien me puede aclarar el tema porque me he planteado un par de veces comprarme una.
Yo tengo la versión de poner sobre la placa. Una cocotte. Bueno, dos, porque me gustó tanto el resultado que compre una pequeña y una mediana. La puedes abrir cuando quieras. No está diez horas, sino dos o tres, el tiempo que necesite y lo cierto es que conserva muy bien el calor. Ahorras energía porque con el botoncito de la placa al dos o tres (sobre 12) hierve que es un primor…
Sobre el nuevo año… uf! Teniendo en cuenta como ha empezado sospecho que también vendrán las flacas….