Tengo un amigo que siempre me dice princesa, princesita, para ser exactos. Tanto me lo ha dicho, que a estas alturas de mi cuento, yo me lo he creído. Y eso que hay infinidad de cosas que atestiguan lo contrario. Sin embargo es tal la fuerza de sus palabras y el empeño en las frases, que como les cuento me lo he creído.
Así que he asumido mi puesto, y aquí me hallo, embutida en unos vaqueros; porque las princesas del siglo XXI van en vaqueros y no con los incómodos trajes con cancán que se enredan en todos lados; delante de un ordenador trabajando, porque las princesas de este siglo han de ganarse el pan para vivir, en lugar de la vida contemplativa que llevaban antes. Conduzco un citroen saxo, porque aunque tengo corcel, se hace impracticable llevar un carro con caballos por las calles de este siglo. Mi castillo se ha convertido en un piso primero de 65 m2 que aún no me ha entregado la constructora, porque en este siglo el negocio es la especulación con el suelo, así que mi castillo se ha visto muy reducido por la imposibilidad de pagar la tremenda extensión de tierra que una princesa de mi categoría debería poseer.
Así que lo único que me falta es el príncipe!!! Dios-mío, ¿a ver si ahora no voy a poder ser princesa por no tener un príncipe de la época?. Porque las princesas de verdad tienen un príncipe con mallas, normalmente de color azul (por eso del príncipe azul), que ha de venir de lejos con un matrimonio pactado con los papis, dispuesto a desposarlas para que dedique su vida a cuidarle.
Casi que estoy pensando que como yo no soy la princesa tradicional, mi príncipe tampoco lo será. El príncipe que se adapta a esta princesa debería tener autonomía (tanta como la mía), y no debería esperar a que yo le haga las cosas, ni tendríamos que vernos a diario, ni tendríamos que compartir todo… Un momento!!! un príncipe de estos sí que tengo!!!.
Por Dios ¡qué susto! por un momento creí que perdía el título, ¡con lo bien que me queda!.