El tres de enero de 2009 llegué, por mar a Gran Canaria. En lo que sería una nueva andadura en mi vida profesional.
Allí, en el Muelle de La Luz y de Las Palmas.
Allí en el Muelle, en mi zona de comfort.
Lo que vino después fue una sucesión de meses de caída libre sin control. Como si un campo electromagnético hubiera eliminado mi voluntad.
Pasé meses yéndome a las escaleras de Pozo Izquierdo, intentando encontrar las fuerzas necesarias para salir de aquel agujero negro que me atraía sin remedio, o para tirarme al agua ante la imposibilidad de no hacerlo.
Nunca encontré claras respuestas, más que la energía necesaria para seguir aguantando un poco más.
Y la capacidad inhumana para soportarlo. Para aceptar por verdad lo que solo era mentira, para mirar para otro lado cuando lo que tenía enfrente ponía en grave peligro mi cordura mental.
Y lo logré, seguí soportándolo, hasta que todo dejó de doler. Hasta que la rabia era sorda, y la fuerza no me daba para romper cristales que hicieran añicos aquellos momentos.
En ese tiempo hice un gran avance en el desarrollo de mi modo mejillón, y cuando tenía casi logrado el aislamiento, me llegaba un grito desde un abismo, por si quería otra caída.
Caí, no una, mil veces… En una espiral descendente de autodestrucción.
Pero entonces, vino la fuerza en forma de respuesta.
Y el trece de marzo de 2011, en el mismo muelle, fue la última caída.
La historia empezó y se cerró en el mismo sitio.
Y sin embargo, estoy tremendamente agradecida, porque probablemente haya sido el período más doloroso de mi vida, pero también el más importante en cuanto a aprendizaje. No sería quien soy hoy sin esos dos años terribles.
No me he dado cuenta hasta hoy, al escuchar al Flaco, cantando “y sin embargo tarde”.
Ahora solo queda la tranquilidad de quien por fin, ha desahuciado a su último muerto.
He caído por aqui por primera vez. Que relato tan intenso, cargado de sentimiento.
Me encantan estas fotos.
Saludos desde Palma de Mallorca.
Como pasa el tiempo amiga … No eres consciente de lo muchísimo que echo de menos esos desayunos y esas charlas que teníamos para arreglar el alma …