Ya Julio avanza hacia su final. Ya pasó la celebración de la diosa del mar, la que se celebra donde yo nací, donde yo me crié. Yo no fui. No quise ir.
Ya Julio va dando coletazos, dando paso a Agosto, que pretende llegar a nosotros con calor, noches de fiesta, serenatas diurnas, y tardes de helado. El termómetro amenaza con no bajar de 30ºC, y las playas se llenan de gente que solo tiene un propósito: tumbarse al sol. Un niño que juega en la arena, hace un hoyo, con la intención de que su papá pase por encima de él y caiga; una niña que hace un castillo, la imagen que tiene en su mente difiere notablemente del resultado que está consiguiendo allí, aunque eso no importa, la finalidad es poder tener algo en lo que soñarse. Soñarse cautiva, y esperando al príncipe, que ha de venir de lejos para sacarla de allí.
Unos Agostos más tarde, la misma niña ya no hará castillos de arena, ahora leerá novelas de enredos romáticos, y sin embargo, seguirá soñándose cautiva, a la espera de que un príncipe venga de lejos a rescatarla.
Y así pasarán algunos agostos más, ya casi treinta, y la misma “niña” seguirá soñándose cautiva esperando a que un príncipe venga de lejos, la coja en brazos y le diga con una voz de caricia “ven aquí”….
Puede que cuando hayan pasado treinta y un agostos, esta niña se de cuenta de que el agosto siempre es el mismo, que la gente de las playas son las mismas año tras año, y que el príncipe que tan ansiosamente espera nunca ha de llegar. Porque hay niños en la vida que están dotados de poder soñar, no de poder hacer realidad esos sueños.